Las miles de suposiciones y preguntas sin respuestas que se hacen los familiares del desaparecido a través de los años. Aquellas imágenes de los segundos que se eternizan en los recuerdos de quienes sufren la desaparición de un pariente.
Esa escena se repite una y otra vez, y ninguna conclusión se hace evidente. Pasan los minutos, horas, meses y años; y las investigaciones se estancan en la gaveta de hierro de algún escritorio repleto de archivos viejos con fotografías de ancianos, hombres, mujeres y niños que aparentemente emprendieron un viaje sin retorno.
Solo en el año 2017, de 346 personas que fueron reportadas como desaparecidas; 238 fueron encontradas, 25 fueron halladas sin vida y 83 todavía no han sido localizadas, según datos de la Policía Nacional.
A simple vista son números y estadísticas, y es que al parecer en República Dominicana, desaparecer se ha vuelto una práctica cotidiana ya que anualmente entre tres y cinco personas son declaradas desaparecidas cada día, y sólo tres regresan sanas y salvas.
Aquellos que no regresan se pierden en el tiempo y ejemplos son los casos de la joven Aurora Wiwonska Marmolejos Reyes, quien desapareció el 7 de diciembre de 2001 en las proximidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y el fotógrafo del sector Herrera, Juan Alfredo Lora, quien salió de su vivienda el 28 de julio de 2012 para realizar una sesión fotográfica a un supuesto cliente, pero nunca regresó.
Sin rastros
Y es que sin cuerpo no hay crimen, y por tanto, si no hay una razón de muerte certificada o no se demuestra acto criminal, no puede haber castigo para nadie.
“Los casos de desapariciones tienen un impedimento probatorio muy fuerte y es la inexistencia del cadáver para probar el homicidio, las familias que padecen tal situación lo que tendrían que hacer es un proceso de desaparición civil, pero penalmente no hay forma de establecer que hay homicidio o asesinato si no aparece el cuerpo de la víctima, al menos que haya otros medios probatorios”, expresa el abogado y profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), José Parra.
Parra explica que un caso de desaparición prescribe a los 10 años y que luego de ese tiempo no hay manera de imputar penalmente a ningún sospechoso, lo que resta posibilidades de hacer justicia y al menos calmar un poco la angustia de ignorar el destino de sus seres queridos.
Muchos casos son tan enigmáticos que el sentido común parece no tener espacio. Tal es la situación de la señora Rosa María Mora, quien despertó de madrugada un 23 de noviembre de 2017, sin que nadie se diera cuenta, para asistir a una actividad de la iglesia, ubicada a una esquina de su casa, y que finalmente se había suspendido. Ni sus pasos se escucharon en un residencial de poco tránsito, ni la captaron las cámaras de seguridad colocadas en los distintos establecimientos del sector Honduras.
El desaparecido, a ojos de la ley, sigue siendo un ciudadano con cédula que tiene licencia de conducir y como cualquier dominicano posee a su nombre servicios de cable, teléfonos, celulares, agua y luz. Tal parece que lo único que cambia es su estatus que pasa a ser de “paradero desconocido”.
Si no hay convencimiento de su final, sobran las conjeturas. Las conclusiones serían que pudo irse hacia otro país para cambiar su vida; tal vez la persona está recorriendo algún vertedero del país debido a un ataque de locura o pérdida de memoria, o quizás pudo haber perecido en un naufragio durante un viaje ilegal en bote hacia alguna isla del Caribe. Es en esa coyuntura que radica la complejidad judicial en el caso de las personas desaparecidas.
Pero más complejas son las secuelas familiares.
“Estamos hablando de una situación que los profesionales identificamos como ‘pérdida ambigua’, o sea, que las personas no están físicamente presentes, pero que emocional y sicológicamente sí están en la familia porque no ha habido un cierre o una muerte declarada; no ha habido un funeral que sirva de despedida, y es por eso que las personas se quedan suspendidas en el tiempo esperando que ese ser querido regrese”, detalla la psicóloga Rosa Mariana Brea.
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